3 abr 2017

Trump y Hoover: nuevos tiempos, viejos errores

Trump y Hoover: nuevos tiempos, viejos errores/ Enrique Feás, es Técnico Comercial y Economista del Estado y coeditor del Blog NewDeal.
El País, 3 de abril de 2017..
En el año 1928 una gran parte de la población de Estados Unidos se sentía descontenta. La tecnología y la globalización habían puesto a los agricultores en una precaria situación: los vehículos de motor habían desplazado a los animales de carga y generado un excedente agrícola que presionaba a la baja precios y salarios, y al que no podía darse salida por el competitivo precio de las importaciones, que se percibían como una amenaza.
En paralelo, la inmigración mexicana se consideraba un problema. A los numerosos mexicanos que decidieron quedarse en los territorios incorporados a Estados Unidos tras la guerra de 1848 se sumaron los exiliados y desplazados por la revolución mexicana de 1910-1920. Muchos trabajaron en la minería, la industria o los ferrocarriles y favorecieron la expansión americana, pero con la crisis de 1920-21 comenzó una agresiva campaña anti-inmigración que se tradujo en 1924 en la creación de una Patrulla Aduanera en la frontera con el país vecino (el muro no comenzaría a construirse hasta setenta años después).
Así pues, el proteccionismo y el freno a la inmigración fueron temas candentes de la campaña electoral de 1928. Herbert Hoover, un rico empresario minero metido a político, algo arrogante (“quien a los cuarenta no haya ganado un millón de dólares es que no vale mucho”, solía decir), supo interpretar el descontento de los agricultores y obreros blancos protestantes: durante su campaña electoral prometió a los primeros subir los aranceles, a los segundos frenar la inmigración y a todos garantizarles sus trabajos y sus salarios. Su eslogan electoral era muy simple: “Una gallina en cada cazuela y un coche en cada garaje”. Y funcionó.

Hoover asumió la presidencia en marzo de 1929. Era seguro de sí mismo, aunque al mismo tiempo distante, tímido y extremadamente sensible a la crítica. No era un gran orador, pero como buen empresario le gustaba hablar claro y por ello prometió “una nueva fase de relaciones” con la prensa –con la que nunca mantuvo una buena química–, renunciando inicialmente a nombrar un portavoz y –aunque entonces no había Twitter– pidiéndole a los periodistas que le citasen directamente.
Apenas había comenzado a gobernar tuvo que enfrentarse al crac bursátil de octubre de 1929 y se vio obligado a tomar decisiones drásticas con carácter inmediato.
Por un lado, para estimular el empleo promovió la construcción de infraestructuras públicas como la Presa Hoover en el río Colorado (ya aprobada por su predecesor), subsidió la producción naval y creó un fondo para estabilizar los precios agrícolas. Pero al mismo tiempo tomó dos polémicas medidas que se convirtieron en grandes errores históricos.
Su primer gran error fue su política inmigratoria con México. Tras prohibir que las empresas con empleados mexicanos pudieran contratar con el Gobierno federal –lo que generó un gran número de despidos–, inició el tan infausto como olvidado “Programa de Repatriación Mexicana”: la deportación forzosa a partir de 1929 de más de 500.000 ciudadanos mexicanos (algunas fuentes la elevan hasta los 2 millones, muchos de nacionalidad estadounidense), en medio de dramáticas redadas policiales como la de 1931 en Los Angeles. Fueron trasladados en trenes desde Arizona, California, y Texas, con escaso o nulo respeto por sus derechos legales, todo bajo el triste eslogan oficial: “Los trabajos americanos, para los auténticos americanos”. La historia estadounidense ha preferido mantener un discreto silencio sobre ese hecho, aunque en 2005 el Estado de California se vio obligado a aprobar una “Ley de Disculpa por el Programa de Repatriación de 1930”.
Su segundo gran error, la protección comercial, respondía también a una promesa electoral. Espoleado por los senadores republicanos Smoot y Hawley, y sin estar muy convencido, Hoover propuso en mayo de 1929 una ley que suponía un fortísimo incremento de los aranceles de importación de productos agrícolas e industriales, con un aumento medio del 20%. De nada sirvió que en mayo de 1930 más de mil economistas (entre ellos Paul Douglas e Irving Fisher) firmasen un manifiesto en contra de la medida, que Henry Ford se pasase una noche entera en la Casa Blanca intentando convencer a Hoover de que vetara la ley, o que el principal ejecutivo de J. P. Morgan dijera que “casi se puso de rodillas” ante el presidente para pedirle lo mismo. El arancel se aprobó formalmente en junio de 1930, en medio de notas de protesta de los gobiernos de los principales socios comerciales. Canadá respondió con un fuerte aumento arancelario que afectó al 30% de las exportaciones estadounidenses y Francia, Inglaterra y Alemania desviaron su comercio.
Aunque el arancel Smoot-Hawley produjo una mejoría inicial de la producción y los salarios locales, pronto los efectos de las represalias se hicieron notar. Para colmo, en un ambiente de proteccionismo creciente, el multilateralismo recibió la puntilla con la crisis financiera de 1931: el colapso del principal banco austríaco en mayo obligó al gobierno alemán a imponer restricciones cambiarias. Otros países le siguieron, y en septiembre la propia Inglaterra –condicionada por sus préstamos a Alemania– se vio obligada a abandonar el patrón cambio oro y dejar flotar la libra esterlina. Ante esa tesitura, considerando inviable la devaluación real requerida de precios y salarios, unos países decidieron abandonar el patrón oro y dejar depreciar sus monedas para ganar competitividad, como los países nórdicos y Japón; otros lo mantuvieron e impusieron aranceles, cuotas u otras medidas restrictivas del comercio y de los pagos, como Francia, Canadá, Sudáfrica, Alemania u Holanda. Al final, hasta la propia Inglaterra terminó en 1932 por subir sus aranceles.
Ni la expulsión de los mexicanos ni el proteccionismo ayudaron a la recuperación económica, sino que más bien la perjudicaron, retrasándola. Entre 1929 y 1933 las importaciones estadounidenses cayeron un 66% y las exportaciones un 61%, y el desempleo subió hasta el 25%. Herbert Hoover fue barrido en las siguientes elecciones frente a Franklin Delano Roosevelt, quien impulsó el New Deal y la recuperación, redujo los aranceles y, tras la II Guerra Mundial, ayudó a sentar las bases de un nuevo orden mundial basado en la cooperación económica y comercial y el multilateralismo.
Hoover abandonó la presidencia en medio de la hostilidad de la prensa y el resentimiento de la población, pero con el tiempo conseguiría rehabilitar su imagen, realizando labores de asesoramiento para la administración Truman. Retirado de la vida pública, murió en Nueva York en 1964, probablemente sumido en el remordimiento. Quién le iba a decir a él que en la segunda década del siglo siguiente otro empresario convertido en presidente, enfrentado a problemas similares, estaría dispuesto a repetir los mismos errores.

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