20 ene 2017

Bienvenido Mr. Trump/Gina Montaner


Bienvenido Mr. Trump/Gina Montaner
El País, 20 de enero de 2017..
Trump ha asegurado que desmontará con premura el legado de Obama y que ha llegado a Washington para poner en su sitio a la clase política
El buen tiempo no acompañó a Donald Trump en el día más importante de su vida. La celebración de su investidura como el presidente número 45 de Estados Unidos se llevó a cabo bajo un cielo lluvioso y gris en Washington.

Era, para muchos en el país, el reflejo de un momento de incertidumbre y profunda división tras una feroz contienda electoral que le dio al millonario empresario la victoria. División, por cierto, que en su discurso inaugural Trump no limó, insistiendo en su mensaje populista y oscuro de una nación supuestamente quebrada y acechada por los inmigrantes, la competencia internacional y el terrorismo. A vueltas con el manido eslogan de "Hacer a América grande otra vez."
A pesar del boicot de al menos 33 congresistas demócratas que declinaron la invitación a la ceremonia y la falta de entusiasmo colectivo que se vivió en la capital política a diferencia de la primera victoria de su antecesor Barack Obama, los estamentos del poder pusieron de manifiesto que por encima de las diferencias y el escepticismo que pueda provocar una figura tan polarizante como Trump, en este particular 20 de enero la nación daría una lección de democracia y civismo.

Tanto es así, que Hillary Clinton acudió a la cita más amarga de su larga trayectoria política. Ahí estaba, serena y vestida de blanco, dispuesta a tenderle la mano a un adversario que hasta el día antes de su juramentación continuó jactándose de su victoria y de cómo la había "aplastado". Poco o nada el ya presidente Trump aprovechó los días antes de ocupar la Casa Blanca para hablar con visión de futuro y sustancia acerca de su cometido. En cambio, ha estado más interesado en saldar cuentas con enemigos y críticos por medio de su cuenta de Twitter, donde libra batallas que resultan pueriles y ponen en entredicho su capacidad como jefe de Estado.
Tan grande y sólida es la tradición del traspaso de poder pacífico en la primera potencia del mundo, que el mandatario saliente y su esposa Michelle no han perdido la sonrisa ni su característica calidez para darle la bienvenida al matrimonio Trump. Tenían motivos para sentir una lógica aversión contra el impulsor y mayor artífice del movimiento Birther. Desde el inicio de la presidencia de Obama, el magnate neoyorquino se dedicó a propagar con encono y sin ningún fundamento (este bulo fue precursor de los fake news) el rumor de que el primer presidente negro del país no había nacido en Estados Unidos, sino en África. Una infamia tóxica que marcaría el tono de la carrera a la Presidencia de un personaje hecho a la medida para triunfar en el formato de reality show.
Bien, a partir de ahora Donald Trump tendrá la oportunidad de gobernar cabalmente para todos los estadounidenses (incluidos lo que no votaron por él) y domesticar un agudo narcisismo que lo lleva a hablar de sí mismo en tercera persona, emplear huecos superlativos y afirmar sin rubor (salvo el que provoca en los demás) que será el mayor generador de empleos que Dios ha creado; o que su Gabinete lo compone el equipo con mayor coeficiente intelectual de todas las presidencias. O que no tiene necesidad de que le lean a diario informes de Inteligencia para desentrañar los problemas más complejos de la geopolítica.
Ahora, enfrentado a la dificultad y la envergadura del cargo que ha asumido, se ha podido ver a un hombre más arrugado que el fanfarrón acostumbrado a bramar "Está despedido" en su programa estelar. Trump ha asegurado que desmontará con premura el legado de Obama y que ha llegado a Washington para poner en su sitio a la clase política. Ya tendrá tiempo de comprender y asimilar lo que conlleva manejar el destino de personas de carne y hueso. Por primera vez, el peso de gobernar le resultará mayor que su ego.




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