22 mar 2010

Contra el crimen organizado

Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Excélsior, 22 de marzo de 2010;
No es fortaleza, sino desesperación
Algo está sucediendo en la guerra entre los cárteles del narcotráfico, así como en la lucha de las autoridades contra éstos, que puede modificar muchas cosas en las próximas semanas. Lo más notable es el brutal enfrentamiento de una amplia constelación de organizaciones, alineadas en torno al cártel del Pacífico, pero con adiciones importantes como los herederos de Osiel Cárdenas en el Golfo, de grupos desprendidos de los Arellano Félix en Tijuana, La Familia Michoacana pero, sobre todo, de los grupos de sicarios que encabeza Édgar Valdez Villarreal, La Barbie, que se desprendieron del cártel de los Beltrán Leyva, todos ellos contra Los Zetas y sus muy menguados aliados: los Beltrán Leyva y el grupo de Vicente Carrillo en Juárez.
Los hechos de violencia que hemos visto en los últimos días están, todos, relacionados con ese enfrentamiento literalmente a muerte entre esos grupos. En Juárez, en Monterrey y otros puntos de Nuevo León, todos relacionados con las carreteras hacia Laredo y Reynosa, así como en Sinaloa, en Guerrero, allí no hay margen de duda, es una lucha por la sobrevivencia, que está, además, marcada por las provocaciones para que, en primer lugar, se reduzca la presión gubernamental en algunos puntos y crezca en otros y, en segundo, que se dispersen las fuerzas y no se centralicen los enfrentamientos.
Lo sucedido en Monterrey es paradigmático al respecto. Hace apenas diez días, reportes de inteligencia indicaban que unas 40 camionetas con hombres aparentemente armados habían entrado, provenientes de Tamaulipas, en un periodo muy corto de tiempo a la capital regiomontana. Se puso en estado de alerta a todas las fuerzas federales y se reforzó la seguridad y la custodia de funcionarios y personajes destacados. Se sabía que se estaba preparando una provocación en el momento de mayor dureza de los enfrentamientos en Tamaulipas. Era imprescindible para bloquear el envío de refuerzos, ya sea de fuerzas de seguridad o de sicarios de grupos enemigos, obstaculizar y provocar que existiera mayor vigilancia en las carreteras que van de Monterrey a la frontera, pero también con el objetivo de aferrar al terreno a un número mayor de fuerzas de seguridad. Los golpes dados contra la estructura de los Beltrán Leyva en San Pedro Garza García coincidieron con ese momento y de allí surgieron los bloqueos de la semana pasada, que una vez más fueron realizados por una mezcla de sicarios y operadores de los cárteles, por policías que éstos han cooptado, sobre todo en el ámbito municipal, mas también en el del estado, así como por grupos de pandilleros que, como en Juárez, se han convertido en carne de cañón de esas organizaciones.
Es verdad que las autoridades, sobre todo locales, no estaban preparadas para una provocación de esas características, y que ello ha demostrado la profundidad de la penetración de estos grupos criminales en los aparatos de seguridad en el estado, pero también demostró la necesidad de establecer una verdadera limpieza en los mismos y de no caer en la tentación de no centrar los esfuerzos en la seguridad en sí. Y tampoco de no comprender qué es realmente lo que está sucediendo.
No es políticamente correcto decirlo, pero el Estado no puede evitar que los grupos de sicarios pertenecientes a distintos cárteles se maten entre sí. Sí puede y debe evitar que la ciudadanía se convierta en víctima inocente de esos enfrentamientos. También puede y debe romper la infraestructura de los diferentes grupos, para afectarlos a todos por igual y reducir su capacidad de operación. Y se deben realizar muchas cosas, en los ámbitos político, social, cultural, lo que ahora es visto por algunos como panacea para salir del problema. En realidad, todo eso se debe hacer, pero la crisis de la seguridad se encauzará en la misma medida en que se puedan cumplir las estrategias planteadas. Estos días, en Monterrey, como los anteriores en Juárez, demuestran la rudeza de ese enfrentamiento entre los distintos grupos, mas también la desesperación que priva en ellos: todos saben que la muerte de funcionarios estadunidenses o los bloqueos en Monterrey o los muertos en un puente vacacional en Acapulco, concentra miradas e intereses. Pero ningún líder de un cártel avanzaría en ese tipo de acciones si no estuviera marcado por la desesperación y el deterioro estructural: desde su lógica, no se trata de juicios morales, simplemente es malo para el negocio. Tan malo como que obligue a las fuerzas locales a unificar a sus policías y tomar cartas en el asunto, o como que venga a México toda la plana mayor de la seguridad de EU para ver qué se hace en la lucha contra el narcotráfico.
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Juegos de Poder/Leo Zuckermann
Una Presidencia monotemática
En El Padrino III, Michael Corleone dice: “Justo cuando pensaba que ya estaba fuera, me regresan adentro”. El presidente Felipe Calderón podría decir algo similar: “Una y otra vez he tratado de salirme y una y otra vez me regresan”. Me refiero al tema de la guerra en contra del crimen organizado.
Calderón fue el que puso el tema de la guerra en contra del crimen organizado como el central de su Presidencia. Inmediatamente después de tomar posesión, se puso el uniforme de general de cinco estrellas y mandó a las Fuerzas Armadas a las calles a combatir a la delincuencia organizada. Políticamente, le resultó. Para empezar, envió el mensaje de que sólo había un Presidente en México al que obedecían el Ejército y la Armada, mientras en las calles había otro que se decía legítimo. La guerra resultó muy popular por el hartazgo social que había en materia de inseguridad; se convirtió en el sostén de la popularidad presidencial. De esta forma, después del conflicto postelectoral, el tema de la guerra en contra del crimen organizado le permitió a Calderón sentarse con fuerza en la silla presidencial.
Pero, como suele suceder con todas las guerras que no se ganan rápidamente, llega el día en que los rendimientos políticos comienzan a bajar. En el caso mexicano, los muertos se multiplicaron y la violencia callejera se incrementó, como nunca, sobre todo en algunas regiones del país.
Calderón entendió que era hora de buscar nuevos temas para su administración. Así lo anunció, con bombo y platillos, el 2 de septiembre pasado. El Presidente mencionó la guerra en el lugar nueve de su decálogo famoso. Y desde entonces, ha tratado de poner otros asuntos en la agenda.
Comenzó bien liquidando Luz y Fuerza del Centro. Parecía que iba en serio con aquello de buscar los “cambios de fondo” y no los “cambios posibles”. Sin embargo, la agenda volvió a atorarse con el tema fiscal. El Presidente propuso una buena propuesta de reforma que terminó en un incremento más de los impuestos. Luego Calderón presentó su reforma política, también buena, pero que no ha tenido punch en los medios.
Ahora el PAN ha introducido una reforma laboral (salida de la Secretaría del Trabajo), que también parece positiva. Pero, una vez más, la agenda mediática y la presidencial han estado concentradas en el tema del crimen organizado. O, más bien, los hechos violentos así lo han determinado.
La semana pasada, en vez de hablar de la propuesta laboral, lo que volvió a dominar fue la guerra. Para empezar, se dieron las primeras reacciones por el asesinato de tres ciudadanos estadunidenses en Ciudad Juárez. Luego, Nuevo León se convirtió en un bizarro escenario del enfrentamiento entre delincuentes y autoridades. Los criminales bloquearon, con vehículos robados, y al parecer con la ayuda de las policías locales, carreteras y vialidades en Monterrey. Horas después, tres inocentes morían a balazos frente al Tecnológico de Monterrey: dos estudiantes y una madre de familia que circulaban cuando se dio el fuego cruzado entre militares y sicarios.
Ante estas noticias, la reforma laboral pasó a un plano muy secundario. Los medios se concentraron, una vez más, en la guerra. Y de ahí no ha podido salirse el Presidente. La diferencia es que ahora, en comparación con el principio del sexenio, se han multiplicado las voces que consideran la guerra como una estrategia errada.
El jueves pasado, en su columna de Milenio, Héctor Aguilar Camín hablaba de este mismo tema y argumentaba “que al país y a Calderón les urge cambiar de agenda. Necesita él y necesitamos todos poder pensar a nuestro país fuera del corral de la violencia”. Para tal efecto, Aguilar proponía: “Ahora que son días petroleros, sería una buena idea proponer a los mexicanos un amplio debate sobre lo que sabemos que es la convicción presidencial, y de muchos mexicanos, en materia petrolera. La idea, por ejemplo, de cambiar la Constitución y abrir Pemex a una inversión privada minoritaria, nacional y extranjera”. Excelente tema. Pero el Presidente ya trató de poner este asunto en la agenda nacional y, a la hora de la verdad, se echó para atrás.
De hecho, Calderón ha tratado muchas veces de poner otros temas en la agenda nacional. Ahí están los casos de las reformas política y laboral. Sin embargo, es tan fuerte y tan mediático el tema de la guerra que hay presidentes que, aunque quieran, están condenados a que su presidencia quede marcada por ella. Fue el caso, en Estados Unidos, de Lyndon B. Johnson y la guerra de Vietnam y de George W. Bush con el conflicto bélico en Irak. Me temo que hacia allá va Calderón. Hacia una Presidencia monotemática: el de la guerra en contra del crimen organizado.

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