18 ene 2008

Beligerantes en lugar de terroristas



La Asamblea Nacional de Venezuela aprobó esta semana un proyecto que respalda el otorgamiento de un estatus político beligerante a los grupos guerrilleros de Colombia.
Los diputados -de la mayoría oficialista- aprobaron respaldar la propuesta del presidente Hugo Chávez, de "solicitar al gobierno colombiano reconocer el carácter beligerante de los movimientos insurgentes Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) de Colombia y Ejército de Liberación Nacional (ELN), como señal de voluntad en darles un trato político que genere confianza en las futuras negociaciones, en el camino a la paz en Colombia''.
Los legisladores cuestionaron que se califique a estos grupos como terroristas y no como movimentos de liberación, y rechazaron "las listas unilaterales por el gobierno de Estados Unidos de América en su carácter imperialista y otros países colonialistas''.
Empero, según analistas, la política oficial del gobierno venezolano de respaldar la beligerancia de los grupos guerrilleros en Colombia, podría significar una jugada riesgosa para el jefe de Estado venezolano, tanto en el plano interno como a nivel internacional.
Otros han señalado que el estatus de beligerancia ni siquiera tiene vigencia.
Analistas entrevistados por el periódico EL TIEMPO coinciden en que el reconocimiento de beligerancia era una instancia del Derecho Internacional Público que surgió en el siglo XIX porque en esa época no existía el Derecho Internacional Humanitario. (DIH).
"No existían normas de conflicto armado internacional y las guerras internas se manejaban con el concepto de barios analistas eligerancia porque esa era la única manera de regular un conflicto armado interno", explica al periódico Alejandro Ramelli, profesor de derecho Internacional de la Universidad Externado de Colombia.
Señala que éste instrumento estuvo vigente hasta 1949, cuando se adoptaron los cuatro convenios de Ginebra, entre ellos el artículo 3 común a los cuatro convenios. "Cuando se examinaron las actas, todo el mundo dijo: en adelante, cuando en un país haya un conflicto armado interno, las normas humanitarias se deben aplicar inmediatamente". Es por esa razón que, según el profesor de derecho, ya no está vigente la beligerancia.
El profesor Ramelli asegura que aunque se ha generado mucha confusión entre la opinión pública, este estatus únicamente tiene que ver con el acatamiento del derecho humanitario, pero no con el reconocimiento de gobierno ni de Estado al grupo armado al cual se le otorgue.
Reconoce, eso sí, que el DIH no prohíbe que un Estado le dé el estatus de beligerante a un grupo armado, pero sí pretende que para ese reconocimiento haya unas condiciones objetivas, a saber:: que el grupo armado tenga un control territorial permanente, que tenga un mando responsable y que aplique las normas humanitarias. De esas tres las Farc solo cumplirían la segunda condición.
"Por eso, un Estado no puede declarar beligerante a cualquiera que no cumpla las normas", recalca Ramelli.
En tanto- señala EL TIEMPO- citando a Armando Borrero, que la beligerancia en la práctica es inoperante y que las Farc están obligadas teóricamente, sin que se les conceda ese estatus, a cumplir las normas del derecho humanitario.
Según orrero, la intención de Chávez es distraer la atención porque por primera vez desde el 99 perdió una elección (el reciente referéndum) y la situación interna es muy tensa.
Por otro lado, para el almirante Michael Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto de EE UU, es "seria preocupación de su país por el "apoyo estratégico que el presidente Hugo Chávez le está dando a las FARC, así como por la carrera armamentista en la que ha estado comprometido.
Mullen es considerado el principal asesor militar de Washington y de sus consejos de seguridad nacional e interior; estuvo en Colombia donde se reunió con el alto mando colombiano y el ministro de Defensa, Juan Manuel Santos.
Batalla diplomática
Todo apunta que las FARC están llevando la delantera diplomática al gobierno colombiano, sibretodo e Europa, por lo que presidente Uribe, acaba de emprender gira europea para promover una estrategia diplomática contra las Farc. En los próximos días estará en París, Madrid, Bélgica y Suiza. En Francia se reunirá con su homólogo Nicolas Sarkozy.
El martes 22 de enero estará en Bruselas, una de las sedes del parlamento europeo, y el miércoles 23 viajará a Madrid, donde se reunirá con el presidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero. Esa misma tarde viajará a Davos (Suiza) y regresará el viernes 25 de enero a Colombia. La agitada semana en materia diplomática finalizará ese día en Medellín, donde se reunirá con la secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleeza Rice.
La intensa labor diplomática incluye la participación del canciller, Fernando Araújo, el próximo martes 33, en un encuentro de víctimas del terrorismo.
El Gobierno lleva como prioridad en su agenda explicarles a las naciones europeas y al mundo por qué considera a la guerrilla una amenaza terrorista para ese país.
El presidente Uribe ya adelantó algo de lo que será su discurso en Europa, durante las visitas que hizo esta semana a Guatemala y Costa Rica, donde, a propósito de las pruebas de supervivencia de ocho secuestrados por las Farc, preguntó al país y a la comunidad internacional " ¿Los que así torturan pueden merecer un trato diferente al trato de terroristas? ¡De ninguna manera!", respondio.
En Guatemala, Uribe reiteró que "los grupos violentos de Colombia son terroristas. Por el secuestro, porque los grupos violentos de Colombia reclutan y maltratan a menores, atentan contra mujeres embarazadas, contra ancianos".
Por otro lado, el Vicepresidente colombiano, Francisco Santos, durante su intervención en la Primera Conferencia Internacional sobre Radicalización y violencia Política, en Londres, comparó a las Farc con Al Qaeda. Santos aseguró que las Farc son "la amenaza terrorista más poderosa, mejor financiada y más experimentada del hemisferio occidental".
Al explicar su afirmación, el funcionario le dijo a EL TIEMPO desde Londres que trató de aclarar una discusión que mantiene desde hace varios años con
Amnistía Internacional (AI).
Según el Vicepresidente, AI califica en sus informes a Al Qaeda como terrorista, pero define a las Farc como "oposición armada". "No puede haber ninguna tolerancia frente al uso del terrorismo, ninguna distinción, ningún manejo semántico", dijo el Vicepresidente, al advertir que las Farc "mienten al pretender justificar ante el mundo el secuestro de mujeres y niños desde hace décadas".
Santos también expresó su preocupación por lo que denominó "permisividad e inacción" que demuestra la legislación de algunos gobiernos, "en respuesta a las actividades de algunos grupos que creen en la violencia armada de los grupos armados ilegales".
Sus palabras fueron una clara alusión a los gobiernos europeos que permiten que desde sus territorios algunas ONG realicen actividades para apoyar y financiar a las Farc.
Pero, en lo personal no veo por donde se le pueda reconocer el carácter de belgigernate a las Farc. Los reportes recientes como el Terrorsit Precursor Crimes: Issues and Options for Congress (http://epic.org/privacy/fusion/crs_fusionrpt.pdf) y de estudios como los del profesor de Stanford, James Fearon, están en su contra, claramente se señala que se trata de una organización coludido con las bandas de delincuencia organizada y ha recurrido a las prácticas más inhumanas, violatorias todas de la Convención de Ginebra. Dice Leo Zuckermann en su columna Juegos de poder (Excelsior, 01/15/2008) que el reporte Terrorist Precursor Crimes: Issues and Options for Congress argumenta que, desde el final de la Guerra Fría, los terroristas han recibido cada vez menos financiamiento de países que apoyan sus causas. Además, gracias al desarrollo tecnológico, en la última década el terrorismo se ha descentralizado en células más pequeñas, menos jerárquicas, más autónomas y más amateurs. Estos dos factores han llevado a los terroristas a delinquir para financiar sus actos de terror. De acuerdo a Siobhan O’Neil, autor del reporte, las actividades delictivas van desde la venta de droga hasta el atraco de fórmulas para infantes, pasando por la falsificación de dinero, el contrabando de Viagra, el atraco a joyerías, las estafas en teléfonos celulares y los fraudes a tarjetas de crédito y seguros."
Leo cita el trabajo de James Fearon quien ha investigado el caso de las FARC que se han financiado financiado contrabandeando bienes ilegales. Según Fearon- señala Leo-, esta realidad ha borrado la línea entre el “terrorismo, banda criminal y organización guerrillera” de las FARC.
Pero, la batalla mediática continúa.

Alianza de civilizaciones

Alianza frente a conflicto de civilizaciones/Felipe González
Publicado en EL PAIS, 01/19/2008;
La corriente de fondo que nos lleva a un diálogo entre civilizaciones va ganando fuerza frente a la tumultuosa corriente del choque de civilizaciones.
Es una corriente más tranquila, que se mueve entre los meandros de la complejidad del momento histórico presente, en tanto que la profecía del choque de civilizaciones es más simple en sus planteamientos de amigo-enemigo y de confrontación para dominar, por eso tiende a autocumplirse.
Como siempre, construir la paz, como condición necesaria para todo lo demás -el desarrollo o la cooperación-, es más difícil que declarar la guerra al otro, al que se supone que encarna el mal. Como siempre, el diálogo que busca el conocimiento -el logos- del que es diferente y tiene una percepción distinta de la realidad, es un ejercicio más costoso, que parte de la renuncia a la imposición de nuestras verdades, aun sin aceptar la imposición de las verdades del otro. Es una búsqueda de los valores y de los intereses que se puedan compartir para dar fundamentos al entendimiento mutuo y avanzar en un nuevo orden internacional.
Venimos de un proceso histórico peculiar, por la profundidad y por la velocidad de los cambios. La caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética llevaron a la desaparición de la vieja división del mundo en dos bloques ideológicos antagónicos y mutuamente excluyentes.
Inmediatamente afloraron realidades ocultas o aplastadas por esa división. Pulsiones identitarias que afirmaban la pertenencia a realidades culturales muy diversas, étnico-religiosas, étnico-culturales o de nacionalismos irredentos que iban surgiendo por todas partes.
Pero este mundo se parecía más a sí mismo, aunque se hiciera más incierto y se nos mostrara más complejo, que el de la división en bloques ideológicos, con sus alineamientos simplificadores y su reparto de influencias. Los viejos conceptos de equilibrio del terror o destrucción mutua asegurada, y su correlato menos negativo que fue la coexistencia pacífica, perdieron vigencia sin encontrar un sustituto.
En los años 90 parecía que vivíamos en una cierta anomia, una pérdida de reglas de juego, del valor de la política, de soluciones supuestamente espontáneas que vendrían del mercado libre. Se hablaba de los dividendos de la paz, aunque al mismo tiempo se elaboraba la teoría del choque de civilizaciones.
Pero al tiempo que ocurrían estos acontecimientos, se aceleraba el curso de la revolución tecnológica, especialmente la informacional, como ruptura de las barreras del tiempo y del espacio en la comunicación entre los seres humanos. La globalización hizo próximo e inmediato el planeta Tierra, en todos sus rincones, en todo lo que acontecía, y empezó a cambiar la relación de fuerzas en el mundo.
En realidad, había quedado uno de los dos bloques antagónicos, el liderado por Estados Unidos como única superpotencia, pero su justificación por contraposición a la amenaza soviética había desaparecido con la URSS. La teoría del choque de civilizaciones, casi como una profecía, se basaba en la necesidad de llenar el vacío de enemigo, anunciando la aparición de nuevos demonios civilizatorios, en sustitución de los ideológicos, que había que prepararse para combatir y dominar.
Ya en los meses siguientes a la Guerra del Golfo de 1991, los profetas de la confrontación trataron de colocar sus teorías en la Casa Blanca, reclamando para Estados Unidos el papel de gendarme del nuevo orden internacional. Pero hasta los atentados de las Torres Gemelas, con su dramatismo y brutalidad, no tuvieron la oportunidad de colocar su producto, envolviéndolo en la amenaza real del terrorismo internacional para dar consistencia al choque de civilizaciones. La dimensión de esta forma de criminalidad internacional sería muy distinta si el enfoque no hubiera sido el de la confrontación civilizatoria, con todas las implicaciones de criminalización de una de las religiones del Libro. El error más grave ha sido y es la falta de comprensión de que esta amenaza real no está destinada en mayor medida a desplazar el poder en el mundo occidental que en el islámico.
Desde esta base errónea, se puede comprender el método de confrontación bélica y voluntad de dominio que se ha venido utilizando. La amenaza real, a partir de esta estrategia, no sólo no ha disminuido, sino que la percibimos como más grave y virulenta.
Las críticas ante la estrategia de la pura confrontación, de la hegemonía y de la imposición, con guerras preventivas y sin base en la legalidad internacional, han ido creciendo. Los que fueron en su día partidarios de este planteamiento se han ido replegando o reduciendo, aunque persistan los más impenitentes. Es evidente que en la visita del Presidente Bush a Medio Oriente, se insiste en alimentar la confrontación histórica entre sunitas y chiitas, entre árabes e iraníes, pasando a segundo plano el propósito de avanzar en el problema israelo-palestino.
Sin embargo, incluso para los más opuestos a esta deriva, se ve con una cierta frialdad y escepticismo la propuesta de la Alianza de Civilizaciones, con sus mecanismos de diálogo entre diferentes culturas y religiones para avanzar, primero, hacia una mayor comprensión mutua, y después hacia acuerdos que fortalezcan el objetivo de un nuevo orden internacional basado en los valores de las propias Naciones Unidas.
En nuestro país han sido y son especialmente críticos los que aplaudían a rabiar la declaración de guerra a Irak, los que la justificaban con mentiras y endosaban el conflicto pese a su ilegalidad manifiesta. Aún hoy argumentan que perdemos peso internacional si las propuestas que hacemos como país se encaminan hacia el diálogo y el respeto a la legalidad internacional.
Pero, asumida por Naciones Unidas, la Alianza de Civilizaciones ha encontrado el apoyo de 80 países, muchos más que los que apoyaron la teoría y la práctica de las guerras preventivas y el unilateralismo. Y se van a seguir sumando otros. Pero lo más significativo es la gran corriente de simpatía que se va creando en numerosos actores de la sociedad civil, en las distintas confesiones religiosas, en las ONGs, todos dispuestos a hacer impulsar con acciones la estrategia del entendimiento frente a la de la pura confrontación.
Asumir la diversidad, cultural o religiosa, como una riqueza compartida, en la que podemos encontrar valores comunes y objetivos que también lo sean, frente a la violencia destructiva, es un objetivo alcanzable que irá restando capacidad al terrorismo, a pesar de las muchas dificultades para encontrar rutas adecuadas.
Por el contrario, insistir en la propuesta de agresión, en el unilateralismo al margen de las reglas, va a seguir alimentando la caldera del terror, incluso dándole excusas ante los ciudadanos de mundo que se sienten víctimas de esta estrategia.

La opinión de Aristegui

El derecho de las audiencias/Carmen Aristegui F.
Reforma, 18/01/2008;
A lo largo de los últimos 15 días he recibido una enorme cantidad de manifestaciones de solidaridad y aprecio que, desde aquí, agradezco profundamente. En blogs, foros de la red y espacios diversos, miles de personas se han pronunciado sobre la cancelación del trabajo de un grupo de profesionales -entre los que me incluyo- que desarrollaron su trabajo en W Radio en los últimos años. La brutalidad del silenciamiento ha detonado una cadena de reacciones y manifestaciones que debe ser valorada y entendida a cabalidad. Miles de correos, decenas de artículos y comentarios radiofónicos, desplegados signados por personalidades de gran relevancia social, pronunciamientos que desde el Poder Legislativo se hicieron y una vigorosa presencia de organizaciones sociales, han hecho del tema un vértice para el reclamo. La dimensión de la protesta ha resultado inusitada y debemos detenernos para tratar de entender lo que está pasando. Sin negar que se pone de manifiesto la empatía de una audiencia con sus comunicadores, es evidente que la dimensión del fenómeno rebasa esa primera esfera. El tema se ha convertido en un detonador de reflexiones múltiples sobre el papel y tarea de los medios de comunicación en una sociedad que pretende una vida democrática. Los análisis, protestas y reflexiones que se han generado profusamente nos hablan de una auténtica necesidad social de revisar el estado de las cosas sobre nuestros derechos fundamentales y de todo aquello que conspira para que podamos ejercerlos a plenitud. El caso W involucra a dos poderosos grupos de comunicación, Prisa y Televisa, que hoy están siendo sancionados socialmente por haber cancelado un espacio de comunicación cuyo vínculo con su audiencia hoy queda demostrado. La cancelación de ese noticiero en el momento que había rebasado sus propios récords históricos de audiencia resulta inaceptable para quienes lo hacíamos y para los radioescuchas. La información y el contexto disponible han hecho que impere la idea de la censura y el ajuste de cuentas como el trasfondo del asunto. Así lo he entendido yo también. La afectación es múltiple. Además de quien esto escribe, hay un grupo de profesionales que han visto clausurado injustificadamente uno de sus espacios de expresión. Denise Dresser, Lorenzo Meyer y José Antonio Crespo vieron reducida su importante presencia pública para expresar libremente sus pensamientos, ideas y reflexiones. Brillantes periodistas y analistas como Lorenzo Córdova, Javier Cruz, Humberto Hernández Haddad, Mardonio Carballo y Tomás Granados, entre otros profesionales, han sido afectados por la decisión. Afectados, por supuesto, son los radioescuchas que reclaman no ser tomados en cuenta. Lo verdaderamente notable es que se echa por delante un derecho no reconocido en nuestras legislaciones: el derecho de las audiencias. El derecho a recibir información que resulte confiable y el derecho a mantener un vínculo de comunicación que debe ser respetado.
El caso W Radio, marcado por la conducta de quien pide la cabeza de una periodista y de quien la entrega bajo presiones indebidas, es un hecho ominoso para la libertad de expresión. A mí no me queda duda alguna de ello. Así lo han entendido también las miles de personas que se han manifestado en rechazo a la decisión. El costo pagado por los dos gigantes de la comunicación en los últimos días por el silenciamiento de Hoy por Hoy es algo que no puede pasar desapercibido por las autoridades ni por los legisladores ni por los ciudadanos ni por los propios medios.
El asunto nos lleva a varios temas. El primero y urgente que tiene que ver con la futura Ley de Radio y Televisión y de telecomunicaciones. Después del umbral de discusión que dejó la Suprema Corte de Justicia, los legisladores están más obligados que nunca para dotar al país de un marco legal que permita, garantice y estimule la competencia, la pluralidad, los derechos de las audiencias y de los profesionales, entre otras muchas cosas. Se trata de poner por delante el derecho de todos frente al de las grandes corporaciones.
El tema tiene alcance mundial. Una de las mayores tensiones que sobre la democracia y el derecho a la información está acarreando el modelo corporativo y trasnacional de los consorcios mediáticos es la forma en que se toman decisiones de operación y funcionamiento de los medios de comunicación. El debate se centra en si se puede o debe colocar la llamada libertad de empresa por encima de la libertad de expresión o de las libertades fundamentales de periodistas y ciudadanos. El caso W ha tocado seriamente esa fibra. El diseño corporativo plantea o pretende hacer de la comunicación y la información un asunto entre particulares. Total, la corrieron y qué. Es un asunto de empresa. Esta mirada desconoce que en la radiodifusión estamos fundamentalmente ante un servicio público que el Estado da en concesión para que los particulares hagan negocio y generen rentabilidad pero, por encima de eso, generen un bien público. El Estado concesiona para atender y hacer cumplir el derecho fundamental de informar y estar informado. Entenderlo de otra manera justifica cualquier acción que se presente, tal y como la que silenció sin más un espacio noticioso y de expresión en la W.

La opinión de Shlomo Ben-Ami

Los árabes inventanla república hereditaria/Shlomo Ben-Ami, antiguo ministro de Exteriores de Israel, es vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz.
Publicado El País, 01/17/2008;
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
El problema de la sucesión en las repúblicas árabes laicas pone de relieve las circunstancias en las que abordan la transición a una fase post-revolucionaria, porque la sucesión en los regímenes que no construyen instituciones fuertes siempre tiene el peligro de desencadenar una crisis del sistema. Aunque la decisión de algunos de recurrir a la sucesión dinástica parece poco democrática, no carece por completo de ventajas. Se puede decir que equivale a escoger la modernización económica, el fin de la política del conflicto y, con el tiempo, un cambio político positivo.
Los años de autoritarismo represivo respaldado por Occidente han cortado de raíz cualquier posibilidad de desarrollo de una alternativa liberal a los regímenes árabes existentes y han convertido la celebración repentina de unas elecciones en un peligroso ejercicio de democracia islámica.
Una democracia que produce Gobiernos dirigidos por Hamás, Hezbolá o los Hermanos Musulmanes tiene que ser inevitablemente antioccidental y oponerse a un “proceso de paz” con Israel de inspiración estadounidense.
Siria ya ha intentado garantizar la continuidad del régimen mediante una sucesión hereditaria y casi monárquica, entre Hafez el Assad y su hijo Bashar. Existen señales de que Egipto va a imitar su ejemplo y el hijo de Hosni Mubarak, Gamal, heredará el poder. En Libia, a Muammar el Gaddafi puede sucederle su hijo Seif el Islam. Estos regímenes nacionalistas laicos, salidos de revoluciones militares, no han sabido dotarse de una genuina legitimidad popular y han tenido que recurrir a las tradiciones de sucesión dinástica que practicaban los regímenes que derrocaron.
La importancia de la sucesión hereditaria en la búsqueda de la paz y la estabilidad quedó patente cuando Hafez el Assad aprobó unos gestos de buena voluntad sin precedentes con el fin de arrastrar al Gobierno israelí de Ehud Barak a un acuerdo de paz. El Assad, un hombre viejo y enfermo, que iba a morir meses después, actuó con el deseo urgente de lograr un acuerdo que liberara a su hijo inexperto de tener que luchar por la recuperación de los Altos del Golán.
Bashar Assad se mantiene fundamentalmente leal al legado de su padre. Del mismo modo que las políticas nucleares desafiantes de Corea del Norte e Irán, la pertenencia de Bashar al “eje del mal” de la región es un llamamiento a negociar con Estados Unidos, no una invitación a la invasión, y a lograr un acuerdo con Israel, no a entrar en guerra.
En Egipto, Mubarak ha dado la espalda a la retórica de la revolución de Gamal Abdel Nasser y sus grandiosos planes estratégicos. El punto central de su pen
samiento es la estabilidad. De ahí que no pudiera aceptar los extraños planes de Estados Unidos para promover la democracia. Pero sí estuvo más que dispuesto a encabezar el apoyo diplomático árabe a la conferencia de paz de Annapolis. Al fin y al cabo, la pasión que suscita la situación de los palestinos entre los egipcios es una fuente de inestabilidad muy peligrosa.
La sucesión de Mubarak está llevándose a cabo de una forma especialmente elaborada. La ascensión de su hijo, a diferencia de la de Bashar en vísperas de la muerte de su padre, no está nada clara. Sin embargo, al permitirle que adquiera legitimidad popular y una gran aceptación dentro del aparato político, como motor de los preparativos del partido para la era post-Mubarak, se está dando a Gamal la situación estratégica necesaria para competir a la hora de la verdad por la presidencia.
Muchos le atribuyen el mérito de haber establecido las prioridades del país y ser el motor de las reformas económicas liberales que, desde 2004, han supuesto un salto cualitativo para la economía egipcia. Es posible que, como dicen los detractores del presidente Mubarak, el titubeante proceso de democratización refleje el intento de obstaculizar a todos los posibles rivales de Gamal. Pero con el declive del nacionalismo laico y el ascenso del islamismo, el poder electoral oculto de los Hermanos Musulmanes representa una amenaza mortal para el régimen y su alianza estratégica con Occidente. Por consiguiente, el régimen se niega a correr riesgos.
Tampoco la decisión de Muammar el Gaddafi de dejar de ser un paria internacional está completamente desvinculada de su deseo de legar a su hijo un Estado que viva en paz con el mundo. Su desastroso historial en materia de derechos humanos no ha cambiado, pero el extravagante Guía de la revolución ha dejado de coquetear con las armas de destrucción masiva y el terrorismo mundial a cambio del fin de las sanciones y la rehabilitación internacional. Gaddafi, un hombre enfermo cuyo poder se enfrenta a adversarios islamistas en su propio país, ha decidido que el ostracismo internacional y los problemas internos eran una combinación demasiado explosiva para su hijo, un playboy malcriado.
Argelia es un caso especialmente difícil. El presidente Abdulaziz Buteflika debe idear todavía una sucesión que acabe con la guerra civil en su país. La democracia plena podría desembocar en una victoria de los islamistas, como sucedió en 1991.
La transición a la democracia en los viejos regímenes árabes revolucionarios no seguirá un modelo occidental, ni pueden imponerla los F-16 estadounidenses. Pero, como quizá indican países como Egipto, Siria y Libia, la sucesión hereditaria no es un paso intrínsecamente reaccionario. Al contrario, significa escoger una transición controlada a una fase post-revolucionaria en la que la modernización económica y la integración internacional tal vez anuncien un cambio político más amplio en el futuro.

Auschwitz

Auschwitz en Hiroshima/Eduardo Garrigues, escritor, diplomático y consejero para Asuntos Hispanos del Ministerio de Asuntos Exteriores
Publicado en EL MUNDO, 18/01/08:
Durante su reciente visita al Museo del Holocausto en Jerusalén, George W. Bush dijo: «Deberíamos haber bombardeado Auschwitz», refiriéndose a que la aviación estadounidense en Europa hubiera debido destruir los campos de exterminio de los judíos en vez de dar prioridad a otros objetivos militares. En ese mismo contexto, el presidente podría haber aludido a que el titánico esfuerzo realizado por su país durante la II Guerra Mundial para desarrollar la energía nuclear había sido iniciado y dirigido por científicos judíos refugiados en Estados Unidos, cuya principal motivación era, precisamente, evitar que el régimen nazi pudiese continuar su política de exterminio de las minorías. Pero como Alemania fue derrotada antes de que la bomba estuviese disponible, aunque ya para entonces también Japón estaba a punto de rendirse, el presidente Truman decidió utilizar en Hiroshima y Nagasaki el arma que había sido diseñada precisamente para evitar la consecución del Holocausto.
La investigación sobre la fisión del átomo de los científicos de origen judío fue un elemento esencial en el desarrollo de un proceso que culminaría en la fabricación de la bomba atómica. Hasta principios de los años 30, los científicos norteamericanos iban muy retrasados en la investigación nuclear con respecto a los físicos europeos. Y cuando a finales de esa década los físicos estadounidenses habían conseguido reducir la ventaja inicial de la ciencia europea en ese ámbito, dos científicos alemanes del Instituto Kaiser Wilheim de Berlín consiguieron bombardear mineral de uranio con neutrones, con el resultado inesperado de que al ser absorbido por el átomo de uranio, éste se dividía en dos fragmentos relativamente iguales y con la consecuencia de que este proceso podía originar una reacción en cadena que liberase enormes cantidades de energía.
Cuando estos descubrimientos fueron anunciados a la comunidad científica internacional, durante una conferencia en la Universidad de Georgetown (Washington) en enero de 1939, todos los físicos asistentes a ese encuentro supieron que había sido liberada la enorme fuente de energía que había mantenido al átomo unido desde los albores del universo (de hecho la palabra original griega atomoi significa «indivisible»). Aunque por entonces fuese sólo a nivel teórico, se calculaba que la fuerza que podía liberar medio kilo del isótopo de uranio (U 235) era equivalente a la explosión de 15.000 toneladas de dinamita. Después se supo que ese cálculo era más bien conservador.
Lo que aquí interesa destacar es que el conocimiento del terrible potencial que suponía esa nueva fuente de energía coincidió en el tiempo y en el espacio con el endurecimiento en Alemania del nazismo antisemita, lo que provocó el exilio de importantes científicos judíos hacia Estados Unidos; eventualmente iban a reunirse en ese país físicos de la talla de Enrico Fermi y Emilio Segré (Italia), de Niels Bohr (Dinamarca) o Hans Bethe (Alemania), que habían trabajado desde distintos enfoques en el campo de la fisión nuclear en sus respectivos países y que, antes o después de la guerra, recibirían todos ellos el premio Nobel.
Otro científico europeo perseguido por los nazis que escapó de Hungría, Leo Szilard, al analizar la posibilidad -aún teórica- de usar la fisión del uranio para crear un arma infinitamente más poderosa que los explosivos convencionales y saber que los científicos alemanes estaban trabajando sobre esa misma hipótesis, quiso alertar a la Administración de Washington sobre las terribles perspectivas que abría la utilización militar de una reacción en cadena. En contacto con otros científicos, Szilard consiguió que Albert Einstein escribiese una carta para Franklin D. Roosevelt que fue entregada personalmente al presidente en octubre de 1939. En esa carta se recomendaba establecer un canal de comunicación con los científicos que estaban trabajando en ese campo, propuesta que fue aceptada por el presidente Roosevelt, que creó un comité ad hoc inicialmente llamado Comité del Uranio.
En los años siguientes esa iniciativa experimentó diferentes avatares, pero habría que esperar a la reacción emocional provocada por el ataque japonés a Pearl Harbour y la entrada de EEUU en la guerra para que la Administración Roosevelt diese un paso cualitativo -y cuantitativo, en lo que respecta a la asignación de fondos- al comité conjunto de científicos y militares que en 1942 crearían el Manhattan Engeneering District Project, la agencia responsable de la fabricación de la bomba atómica. Una decisión fundamental para el éxito del proyecto sería la designación de otro científico de origen judío, Julius Robert Oppenheimer -que era profesor de física en el Instituto de Tecnología de Pasadena y en la Universidad de California en Berkeley-, como director del laboratorio de Los Alamos. Este laboratorio se encargaría de coordinar las diversas agencias estatales involucradas en el Manhattan Project.
Parte del éxito en la realización del proyecto se debió a la fructífera colaboración entre dos personajes muy diferentes: el propio Oppenheimer, como director científico del proyecto, y el general Leslie R. Groves, ingeniero militar con una impresionante hoja de servicios, que fue nombrado director militar del mismo. Robert Oppenheimer -Opje para los amigos- aparte de su indiscutible talento como científico era un hombre refinado, polifacético, con un poder de persuasión casi hipnótico sobre sus alumnos y colaboradores. En cambio Groves, mucho menos carismático y atractivo en el trato personal y profesional, tenía un gran sentido práctico, lo que le hizo ignorar las continuas advertencias de varios miembros de los servicios de seguridad y del FBI que consideraban a J. Robert Oppenheimer un elemento de riesgo para la seguridad por su pasado filocomunista. Lo cierto es que sus convicciones políticas durante la Guerra Civil española le habían impulsado a ayudar financieramente a la causa republicana, y que tanto su hermano Frank como su antigua novia Jean Tatlock -con la que mantuvo relaciones hasta después de su boda con Kitty Puening- eran miembros activos del Partido Comunista Americano.
La firmeza del general Groves en la dirección militar del proyecto y el liderazgo científico y moral de Oppenheimer consiguieron que un grupo de científicos ilustres pero bastante variopintos -el general Groves se refería a ellos como «el mayor atajo de empollones sobre la faz de la tierra»- se prestasen a trabajar juntos y recluidos en un laboratorio perdido en la más remota serranía del Estado de Nuevo México. Estos científicos fueron capaces de producir en un tiempo récord los componentes necesarios para que el 16 de agosto de 1945 se pudiera realizar, en un tramo del desierto que los primeros exploradores españoles habían llamado con sentido premonitorio La Jornada del Muerto, la primera prueba de una bomba atómica.
Lo cierto es que, para entonces, la derrota de Alemania y la muerte del Führer habían quitado a los científicos judíos y al propio Oppenheimer su principal incentivo en la creación de ese arma de destrucción masiva: la lucha contra el nazismo. A pesar de ello, continuaron colaborando en un proyecto cuyas consecuencias negativas para la paz mundial serían en poco tiempo muy evidentes. En defensa de la buena fe de los científicos, es preciso decir que el Gobierno de Estados Unidos les ocultó en la etapa final del proyecto cierta información esencial, como el dato de que -a través de la interceptación de telegramas codificados japoneses- en Washington se sabía que las autoridades de Tokio estaban dispuestas a aceptar una rendición siempre que no fuese incondicional.
Este importante dato devalúa la excusa muchas veces alegada de que las bombas de Hiroshima y Nagasaki sirvieron para ahorrar muchas vidas humanas, al evitar una prolongada agonía de Japón y un sangriento colofón de la guerra en el Pacífico. Tras la muerte de Franklin D. Roosevelt, que en vida no había confiado a su vicepresidente el secreto de la bomba, Harry Truman se encontró de la noche a la mañana con aquel horrible juguete -aunque pueda sonar extraño, ése era el apodo que utilizaban para referirse a la bomba atómica (the gadget, en inglés)-; y decidió utilizarlo para asestar el golpe de gracia a un enemigo ya vencido y para amedrentar a Stalin en la Conferencia de Postdam.
La saga del llamado padre de la bomba atómica quedaría coja sin la referencia a la caída en desgracia de J. Robert Oppenheimer, ya en plena Guerra Fría y durante la campaña anticomunista del senador McCarthy. De ser un personaje mundialmente famoso y aplaudido, cuya foto ocupó la portada de la revista Time en noviembre de 1948, nombrado Doctor Honoris Causa por las más prestigiosas universidades y presidente de la Agencia de Energía Atómica, Opje fue acusado de traidor por el mismo grupo de ejecutivos que antes presidía, y tras unas audiencias infamantes se le retiró el permiso de acceso a los secretos oficiales.
La figura de Prometeo, que robó el fuego de los dioses para ser luego castigado por Zeus a ser encadenado a una montaña donde sus entrañas eran devoradas por las aves de rapiña, ha sido utilizada para describir la personalidad de Opje en el libro de Kai Bird y Martin J. Shervin titulado Prometeo Americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer (Knopf 2005). Sin duda una personalidad no exenta de luces y sombras, Oppenheimer fue obnubilado por la embriaguez intelectual que debe de producir el desvelar los más profundos arcanos de la naturaleza. Pero por otro lado, era demasiado lúcido y demasiado honesto para no albergar en su conciencia el sentimiento de culpa que expresaría cuando después de la guerra se encontró con el presidente Truman: «Todavía puedo sentir que tengo sangre caliente en las manos», le dijo en aquella ocasión.
Volviendo a la frase del actual presidente citada al principio de este artículo, George W. Bush no tiene porqué conocer los complejos vericuetos de la historia que han llevado a darle acceso al botón nuclear. Y, aunque los conociese, su reciente gira por Oriente Próximo no sería el momento más oportuno para hablar de la complicidad de los científicos judíos y el Gobierno estadounidense en el ámbito nuclear, so pena de que su secretaria de Estado le hubiese mandado callar. El problema con el que puede encontrarse este nuevo Prometeo en el Olimpo de los Dioses del Petróleo, a quienes intenta convencer del peligro que supone el programa nuclear de Irán, es que para muchos de esos dignatarios árabes el término holocausto puede tener un sentido diferente del utilizado en el Museo de Jerusalén.

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